Retrato de una Dama

¿Qué tiene que ver mi abuela con Sócrates y con la Educación?

Era yo muy joven cuando mi abuela me contó una anécdota que quisiera compartir con ustedes:

Ella vivía sola y tenía dos hijos pequeños que mantener; cuando perdió a su esposo y tuvo que trabajar, se enfrentó con una difícil situación: debido a que era cantante de ópera, sólo sabía cantar y tocar el piano y, con esas únicas herramientas ¿cómo conseguir un empleo?

Pero mi abuela era inteligente y creativa, de modo que se consiguió un trabajo de mecanógrafa en el Tribunal Fiscal de la Federación, ya que según sus propias palabras la máquina de escribir y el piano no eran tan diferentes. Les cuento que era creativa porque sé, por ella y por mi papá, que durante el invierno a falta de guantes (que por supuesto no podía costear), mandaba al niño a la escuela con una papa y un huevo recién cocidos, cada uno en una de las bolsas del pantalón, para que cumplieran con la doble función de mantener sus piernitas y sus manos calientes cuando apretaba el frío y, servir de almuerzo durante el recreo.

Diariamente viajaba en camión al trabajo y a su casa; en ocasiones iba muy angustiada porque tenía que dejar a mi papá, que en esos tiempos sólo contaba con tres o cuatro años, encerrado con llave, debido a que no había persona alguna que le ayudara a cuidar de él y el hermano mayor se iba a la escuela; recuerdo, también de sus relatos, que un día en especial mi papá empezó a llorar porque no quería quedarse solo, no la dejaba irse y a ella se le hacía tarde para llegar al trabajo, de modo que intentó cerrar la pesada puerta, a pesar del niño, y, sin querer, le abrió la boca; el llanto del niño se hizo mayor y empezó a sangrar y, sin poder atenderle, mi abuela tuvo que marchar a su empleo, dejando a su hijo menor sumido en su tristeza y asustado por la sangre; debe haber sido una muy difícil decisión, ya que si atendía al niño aliviaría su dolor de momento, pero corría el riesgo de perder su trabajo y entonces ¿cómo alimentaría a sus hijos?, ya en alguna ocasión había tenido que zurcir las agujetas de sus zapatos, por falta de dinero para comprar otras (mi padre me ha dicho que costaban cinco centavos y aún así, ella no los tenía).

Aunque ella no me lo haya dicho, creo que podemos adivinar sus muchas preocupaciones y a pesar de ello diariamente, sin excusa ni pretexto, abordaba su camión rumbo al trabajo y de regreso a casa.

En uno de tantos viajes, un hombre pellizcó a una mujer dentro del camión, mi abuela se encontraba a un lado de ella y, cuando la mujer indignada recibió la agresión, en su enojo se volvió hacia mi abuela y le propinó un pellizco tan fuerte que le sacó un moretón en el brazo al tiempo que decía: “yo con éste no me quedo”; mi abuela, a pesar del gran dolor físico que la mujer le causó, simplemente respondió: “yo sí”

El “yo sí” de mi abuela me impresionó profundamente; por ello es el punto central de mi relato y, si bien en su momento no lo entendí en toda su magnitud, hoy deseo analizarlo:

A mi abuela no le sobraban razones para perder la paciencia y a su vez desquitarse con otro, para de esta manera liberar un poco la tensión que su pesada carga le hacía padecer y, sin embargo, dio a la furiosa mujer, a quienes presenciaron el hecho y a quienes conocemos de él, una lección de educación.

Cuando digo educación, no sólo me refiero a finos modales que una dama (y sin duda alguna ella lo era) debe mostrar, sino al alto valor de sus principios.

Años después, al empezar a interesarme en la Filosofía, hubo otro relato que llamó poderosamente mi atención: el juicio y muerte de Sócrates narrados bellamente por su discípulo Platón en la Apología de Sócrates, donde al tomar su defensa de las injustas acusaciones de impiedad y corrupción de la juventud, encontramos la justificación de su propia vida; y en los diálogos Critón Fedón, en los cuales se relata su negativa a escapar (estando en posibilidad de hacerlo) por su famosa teoría de la cadena de injusticias, así como sus últimas pláticas con sus discípulos sobre la inmortalidad del alma, antes de morir envenenado con la cicuta.



La muerte de Sócrates. Jean Jacques Louis David.

De la lectura de los diálogos platónicos citados, me permito mencionar algunas ideas de Sócrates que me parecen muy importantes, para compararlas con el relato de mi abuela:

Convencimiento de que toda persona que logre mantener intacta su integridad, está a salvo de cualquier daño o peligro.

Sócrates ponía un gran énfasis en la integridad de las personas, de la misma manera, me parece que mi abuela se comportó de una manera ejemplar al no devolver agresión por agresión, ya que tenía muy clara la distinción entre justicia y venganza; la mujer que la lastimó, no buscó quién se la debía, sino quién se la pagaba y al actuar de esa manera dañó físicamente a mi abuela, pero se dañó más a sí misma al degradarse como persona.

Si el alma de cada uno ha permanecido íntegra, el cúmulo de adversidades que le puedan acontecer, pasarán a ser triviales.

Mi abuela se comportó correctamente y al hacerlo, mantuvo su integridad; por otra parte, el daño recibido, si bien le causó dolor y dejó huella física, ésta no duró más de quince o veinte días y, por otro lado, la satisfacción del buen obrar duró tanto, que al igual que ella lo platicaba a sus nietos, yo misma, aún hoy lo comento con mis alumnos como ejemplo de la máxima Socrática: “más vale sufrir una injusticia que cometerla” y, llena de orgullo, lo platico a ustedes y lo someto a su consideración.

Platón mismo, hizo de sus primeros diálogos una exaltación de la persona de su maestro, denunciando la injusticia de que fue objeto y resaltando su altura moral.



Platón, en un estudio para La muerte de Sócrates. Jean Jacques Louis David.

La peor calamidad que puede sufrir un hombre es la corrupción de su alma.

El alma humana, distintivo de nuestra especie conjuntamente con nuestra capacidad de razonar y actuar libremente, es lo único que nos permite construir nuestro destino y orientarlo hacia los valores en la búsqueda de la felicidad, inaccesible para otras creaturas.

El verdadero daño no está en el que sufre una injusticia, sino en el que la comete.

Cuando mi abuela fue agredida, si bien esto fue injusto, no es comparable axiológicamente con el daño que correspondería al hecho de haber respondido de igual manera, por varias razones:

Si bien los valores son un fenómeno problemático, ya que podríamos pensar que éstos son independientes de las cosas y, que éstas son valiosas cuando participan de un valor (objetivismo axiológico) o afirmar, por otro lado, que son relativos a los afectos humanos (subjetivismo axiológico); lo cierto es que orientan los criterios de nuestro actuar humano en todos los ámbitos, a más de expresar la conciencia de la humanidad sobre lo que es preferible y conveniente y, sin embargo, no todos tienen la misma categoría; ya que hay valores más o menos elevados.

Desde un punto de vista jerárquico, independientemente de la subjetividad que éste implique, es evidente que valores referidos a nuestra corporalidad, si bien son importantes, no son los más elevados, puesto que nos perfeccionan en lo que tenemos en común con las bestias (salud, fuerza, agilidad, etc.), razón por la cual serían ínfimos con respecto a otros referidos a cualidades específicamente humanas, como los valores noéticos, estéticos, sociales, morales o religiosos.

 Los valores morales son de los más elevados (justicia, respeto a la dignidad personal, etc.), ya que involucran: nuestra capacidad intelectual, el ejercicio de nuestra libertad, nuestra capacidad de completar nuestro ser (humanizarnos) con nuestras decisiones, nuestra capacidad de responder por nuestros actos, la posibilidad de dar un ejemplo de rectitud con ellos y así mismo la de crecer como personas.

Sufrir un daño físico atenta contra nuestros valores sí, pero contra los ínfimos de ellos; por el contrario, al provocar ese mismo daño a otro, atentaríamos contra nuestros valores morales y contra nuestra dignidad como personas, por lo que, a fin de cuentas, me parece que el daño mayor lo sufrió la agresora, mientras mi abuela la respetó a ella y respetó sus propias convicciones morales.

Nadie merece más compasión que aquél que comete una injusticia, y no la víctima de ésta.

La mujer que agredió a mi abuela es digna de lástima, desde el momento que no es capaz de dar otra respuesta que la que daría una bestia ante un agresor y, sin embargo…

Nadie hace el mal de forma consciente, la virtud es una forma del conocimiento, la búsqueda del conocimiento y la aspiración a la virtud se convierten en una misma cosa.

En lugar de quedarnos en sentir pena por una creatura que se comporta como un ser inferior en capacidad, deberíamos plantearnos con seriedad, si no fue la educación recibida por cada una de estas mujeres la que hizo la diferencia en sus comportamientos y, si somos capaces de poner el remedio como educadores.

La convicción que yo tengo a partir de éste y muchos otros relatos que podamos narrar, es que la Educación en valores, a diferencia de una simple información, que tristemente es la más abundante en nuestras escuelas, es indispensable para dar al hombre las herramientas necesarias para formar su carácter y con él su vida futura.

Al abordar los contenidos en nuestros programas, es indispensable referirlos a valores, propiciar que nuestros alumnos los analicen y tomen posturas personales frente a ellos, invitarlos a debatir sobre cuestiones implicadas en la convivencia social, el respeto y la tolerancia; es igualmente importante presentar los temas de tal manera, que abran un panorama lo más amplio posible, para que éste fortalezca su capacidad de discriminar y les permita razonar sus posiciones ante el mundo y ante la vida.

Si los maestros consideramos a nuestros alumnos, no sólo como capacidad retentiva que los llene de conocimientos, sino como seres humanos íntegramente considerados, con todas sus potencialidades: inteligencia, que incluya su capacidad crítica y reflexiva; voluntad, que les permita dirigirse a los valores y, hacer sobre ellos los juicios que les permitan ser útiles como personas a sí mismos y a la sociedad; afectividad que los posibilite a quererse, primero a sí mismos y después a los demás; proyección hacia el futuro que les brinde los elementos necesarios para construir un mundo mejor, entonces podremos estar orgullosos de nuestra labor educativa.

Está en nosotros hacer la diferencia entre responder violenta e irreflexivamente y tomarse un momento para pensar en las consecuencias de los propios actos.

Vuelvo a la pregunta inicial:

¿Qué tiene que ver mi abuela con Sócrates y con la Educación?



Dama con ramo de violetas (detalle). Lilla Cabot Perry.

Es muy simple, mi abuela dio ejemplo de integridad moral al soportar la injusticia y no corresponder a ella de igual manera, aún cuando su desesperada situación hubiera atenuado tal falta.

Sócrates por su parte, pagó con su vida la fuerza de sus convicciones y con ello dio a las generaciones futuras un gran ejemplo de coherencia con sus enseñanzas y respeto incondicional a los valores.

Igualmente los maestros, estamos obligados a dar ejemplo de integridad moral, coherencia y respeto a los valores junto con nuestras lecciones:

  • Los jóvenes en su desarrollo, van imitando modelos y, nosotros como maestros estamos frente a ellos gran parte del día, de tal manera que es indispensable cuestionarnos si somos para ellos un ejemplo digno, o si somos formadores improvisados que no consideran la tremenda responsabilidad que implica todo lo que hacemos, decimos, o no hacemos ni decimos en clase.
  • Un buen ejemplo, estimula la reflexión y el deseo de superación que sirve para desarrollar la fuerza de voluntad. Así mismo la escala de valores y creencias de cada persona es la que determina su forma de pensar y su comportamiento.
  • Si los valores y nuestra libre adhesión a ellos es lo que nos hace más humanos, transmitamos a nuestros alumnos actitudes y comportamientos dignos de ser llamados valiosos, no nos limitemos a dar conocimientos y consejos,
    ¡demos ejemplo!
    para ayudarlos a ser mejores y a formar su carácter;
    ¡impulsemos valores!
    que los atraigan, que puedan ser reconocidos y asumidos y sobre todo que los comprometan en su actuación futura, que los hagan responsables; asumamos nosotros mismos la cuota de responsabilidad que nos corresponde en la educación de esos valores.


Alegoría de la Historia. Nikolaos Gyzis.

Creo firmemente como Sócrates, que si la mujer del relato hubiera recibido una Educación digna de ese nombre, como la que evidentemente se dio a mi abuela; esta historia no hubiera sido contada.

 

Alejandra M. Ocampo M.

Noviembre, 2008.

 

Sugerencias de consulta:

CRITCHLEY, S. (2009). Aprender a morir: Sócrates. En El libro de los Filósofos Muertos (pp. 22-28). Taurus.

FRONDIZI, R. (1987). ¿Qué son los Valores?. Fondo de Cultura Económica.

LAERCIO, D. (2004). Sócrates. En Vidas de los Filósofos más Ilustres (pp. 56-66). Tomo.

MAGEE, B. (1999). Sócrates. En Historia de la Filosofía (pp. 20-23). Planeta.

PLATÓN (1985a). Apología de Sócrates. En Diálogos (Tomo I, pp. 148-186). Gredos.

PLATÓN (1985b). Critón. En Diálogos (Tomo I, pp. 193-211). Gredos.

PLATÓN (1985c). Fedón. En Diálogos (Tomo III, pp. 24-142). Gredos.